El creyente sabe que lo que tiene le viene de Dios, por eso corresponde agradeciendo al Señor que le provee de lo necesario para vivir y pide que nunca lo deje
Una costumbre muy arraigada entre los católicos es rezar cada primer día del mes a la Divina Providencia; en México, por ejemplo, se enciende una vela que es bendecida en la Misa de Año Nuevo para rogar a Dios que no falte lo necesario en el hogar durante todo el año, lo cual es una muestra de la fe de las personas en que Dios no los dejará.
Pero, a todo esto, ¿de dónde viene esta costumbre? La Sagrada Escritura está colmada de frases en las que se reconoce el sostén de Dios, basta recordar el libro del Éxodo y la travesía del pueblo de Israel por el desierto, donde les llovían maná y perdices para su alimentación.
El mismo Jesús lo confirma ampliamente:
«Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos.
Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: ‘¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?’. Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6, 25-34).
Seamos agradecidos con Dios
Por eso, el cristiano debe entender que su vida está en manos de Dios y que nada le ha de faltar. Tenemos la promesa de nuestro Señor Jesucristo, pero también tenemos que recordar que Él nos insiste para que pidamos y para que se nos dé, porque eso hacen los hijos con su Padre, confían en Él y le piden lo que necesitan, aunque el Padre sepa con anticipación qué necesitan sus hijos.
Y añadimos que después de recibir, hay que agradecer. Eso nos hace humildes y cercanos a nuestro Padre Dios. La Divina Providencia se hace cargo de nosotros, nos da lo necesario y evita lo que puede dañarnos, por eso, el acto de agradecer con la oración y la Eucaristía es justicia para el Creador y Dios providente. Demos gracias a Dios por sus dones y su gran amor por nosotros.