Belleza, armonía, tranquilidad y un mejor uso del tiempo son algunos de los múltiples beneficios que nos aporta el orden
Desde que se declaró la pandemia para muchos el tiempo en casa se ha extendido impulsando a buscar mejoras dentro del hogar. Este resurgimiento de todo lo relacionado con la limpieza y la decoración va de la mano de la virtud del orden; una virtud que ha tomado gran protagonismo por los beneficios que aporta en una época tan revuelta como la actual.
Indudablemente en un ambiente ordenado podemos apreciar mejor las cosas y captar los detalles, encontrar más rápidamente algo que buscamos y hacer de la limpieza una tarea más sencilla. Sin embargo, más allá de estos aportes prácticos, lo que se está valorando cada vez más es que el orden es sobre todo una forma de mantenernos saludables.
El orden, empezando por casa, da lugar a que tareas muy sencillas tomen un sentido más profundo al entenderse en un contexto de mayor esfuerzo por crear belleza y armonía. Ha quedado demostrado que ordenar
- es desestresante,
- permite despejar ideas,
- dar paso a la creatividad,
- recuperar tiempo
- e incluso mejorar la relación con uno mismo y con los demás.
El orden tiene como raíz un deseo de belleza. Crear una vida hermosa en el hogar requiere de una atención constante para dominar los pequeños detalles. No se trata de lograr que todo sea perfecto, sino de abrazar un optimismo realista, flexible y rápido para empezar de nuevo, día tras día, buscando la constancia de esfuerzo que exige una vida ordenada.
El orden nos invita a mirar la realidad del espacio de manera positiva buscando mejoras y poniendo énfasis en conservar lo que es útil e importante en lugar de simplemente acumular cosas. Allí uno encuentra la belleza de la simplicidad en un ambiente que nos predispone a las cosas interiores. También se convierte en reflejo de esos sentimientos positivos.
Durante la pandemia, el orden ha posibilitado que podamos recuperar esa simplicidad de las cosas poniendo nuestra atención en el lugar donde trabajamos o pasamos la mayor parte de nuestro tiempo. Embellecer los espacios, sobre todo en nuestros hogares, se ha convertido en una tarea prioritaria ante la necesidad de llevar orden y así, ha crecido la creatividad.
Una oración que el Papa Francisco pronunció en relación a la pandemia fue:
“Que el Señor nos de a todos la gracia de la creatividad en este momento”.
Y es que hemos visto cómo la creatividad ha sido en muchos casos la que ha permitido que las personas sigan adelante incorporando nuevos caminos ante los desafíos introducidos por la pandemia.
El orden no es rigidez
Hay una tendencia a asociar el orden o la rutina a la falta de creatividad por tener un carácter rígido o estructurado. Pero lo cierto es que aunque la creatividad puede aparecer en muchos contextos, rara vez nace en el caos. El orden sirve como una condición para la creatividad porque todo don creativo no solo tiene que aparecer, sino que requiere ser cultivado.
Tanto como ha ocurrido en otras épocas, un ritmo marcado por el orden es lo que deja un legado creativo que crece y perdura. Por ejemplo, observando la vida de los monasterios. Con sus jornadas estructuradas, cuántas cosas innovadoras vemos que han impulsado los monjes desarrollando oficios y haciendo trabajo gracias a la disciplina.
En la pandemia hemos constatado que la motivación no alcanza o no es del todo suficiente para levantarse cada mañana. Ni para ponerse a trabajar, hacer una actividad y mantenerla en el tiempo. Las personas que lo han podido hacer mejor, han sido aquellas que han incorporado buenos hábitos partiendo de un acto voluntario.
La acción disciplinada que facilita el orden, por más simple que esta sea como hacer la cama o anotar las tareas del día en una agenda, hace una diferencia. Aquellos que tienen ordenados sus días son capaces de alcanzar una mejora en su autoestima. Sienten que se pueden seguir haciendo cosas en un contexto tan inestable e incluso plantearse nuevas metas.
San Agustín decía que “La paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden”. Cuando nos encontramos con una habitación desordenada con ropa tirada por todas partes, platos sin lavar apilados sobre la mesa de la cocina o un escritorio tapado de papeles, los sentimientos que surgen no nos invitan a la tranquilidad.
El desorden provoca en mayor o menor medida cierta ansiedad. Y aun cuando las tareas se llevan a cabo, la ansiedad no permite que se vivan con la libertad y alegría que acompañan el orden. En tiempos de pandemia con niveles de ansiedad tan altos, el orden, la constancia y el compromiso son la respuesta favorable ante la intranquilidad.
Siguiendo las palabras de San Ireneo de Lyon:
«Donde hay orden, hay armonía; donde hay armonía, todo sucede a su debido tiempo; donde todo sucede a su debido tiempo, habrá beneficios».
Y es que para que la vida no nos lleve por delante con sus infinitos requerimientos, el orden sirve para distribuir nuestra actividad en los tiempos adecuados.
La persona ordenada se comporta con normas lógicas para el logro de objetivos. Incorpora el descanso previsto, la distribución del tiempo y la realización de las actividades con iniciativa propia. Planifica dando prioridad a lo que debe estar en primer lugar y no a lo que surge en cada momento. Para ello, fija de antemano aquellos momentos como la hora de acostarse, de levantarse, aquella dedicada a la oración, al trabajo o las comidas.
De este modo se evita que lo urgente se coma lo importante y aunque no se pueda programar absolutamente todo, se evita que la improvisación nos lleve a perder un tiempo valioso. San Josemaría Escrivá decía:
“Cuando tengas orden se multiplicará tu tiempo, y, por tanto, podrás dar más gloria a Dios, trabajando más en su servicio”.
Al final, nuestro bienestar no depende únicamente de que todo lo que nos rodea funcione exactamente como nos gustaría: caminar por pisos relucientes o tener las camas siempre tendidas. También depende de nuestra apertura a Dios que es fuente de belleza y bien que nos ayuda a ordenar todas las cosas, tanto las interiores como las exteriores.
Porque no sólo se trata de cosas que hacemos y tareas que llenan nuestro día, sino especialmente de cómo ponemos nuestro corazón en ello. Sin ese latido interior, el orden sería sólo una gestión del tiempo o una mera ejecución de tareas. La vida del cristiano se va edificando en un flujo constante, de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro.
San Francisco de Sales decía:
«La falta de orden externa refleja la falta de orden interna».
Por eso, para vivir con armonía es importante que todo cuanto vivimos responda a un orden interior. Se trata de un programa de santidad que se ordena a un fin mayor: hacer feliz a Dios y a los demás.
Cambios de plan cuando es necesario
A la vez, ese mismo amor que nos mueve a seguir un horario será el que nos vaya indicando cuándo es momento de “dar un giro inesperado” en nuestros planes. Porque lo exige el bien de otras personas u otros motivos que se presentan con claridad. Y es bueno atenderlos para aquellos que desean llevar la presencia de Dios en sus obras.
Sea preparando un pastel, regando las plantas, doblando ropa limpia o planchando una camisa, cuando estas cosas se hacen con amor en un contexto de orden y libertad, lo que era una carga y una simple tarea se transforma en un medio extraordinario de santificación. Esto hace que cada día sea diferente. Con una nueva ilusión, el gozo de un amor renovado y la posibilidad de un encuentro personal con Dios que es siempre enriquecedor.