Cuando son pequeños, es fácil tomarlos en brazos y darles mimos. Pero cuando crecen, ¿cómo manifestarles físicamente nuestro amor? Eso requiere un poco más de imaginación
Cuando los niños son aún pequeños, una madre puede darles mimos sin que les de vergüenza ni quieran escabullirse. Amarles tan libremente es algo maravilloso.
Desde la entrada en preescolar, a algunos niños no les gusta mucho que les den besos en público, aunque luego se vuelvan ávidos de cariño a la vuelta a casa.
Cuando crecen y entran en la pubertad, están menos cómodos con sus cuerpos, desean demostrar su independencia y pueden mostrarse reticentes a los gestos de ternura.
Aunque es bueno y sano que se emancipen, sigue siendo necesario manifestarles nuestro afecto. ¿Cómo lo hacemos, entonces?
El amor de una madre da forma al corazón de su hijo
Según Meg Meeker, médica pediatra especialista en la adolescencia y escritora de éxito en Estados Unidos, las madres deben adaptarse a los cambios de sus hijos y aprender a echarle imaginación para continuar mostrándoles apego físico.
¿Una buena razón? Que el amor de una madre da forma al corazón de su hijo. De la fuerza de este amor depende la calidad de las relaciones que establecerá después, en especial con su futura esposa.
Incluso desde muy pequeño, el niño se percata de que su madre lo introduce al amor femenino.
«Cuando le respondes con amabilidad mientras es pequeño, aprende a asociar la amabilidad con la feminidad. Si le consuelas cuando tiene miedo, entonces puede confiar en las mujeres», explica Meg Meeker en su libro Madres fuertes, hijos fuertes(Aguilar).
Una madre construye así los cimientos de las relaciones que el niño mantendrá con las mujeres a lo largo de toda su vida. «Eres el prisma a través del cual verá a todas las mujeres. Si puede confiar en ti, podrá también confiar en su hermana, en su abuela, en su profesora y, por supuesto, en su esposa». Las madres enseñan a sus hijos cómo amar.
La importancia de los rituales… incluso en la adolescencia
Aunque el hijo crezca y cambie, el amor de una madre sigue siendo para él inalterable e incondicional. Y eso el adolescente necesita sentirlo.
Si una madre renuncia a manifestar gestos físicos de afecto, se corre el riesgo de que el hijo piense que ya no es tan digno de ser amado como antes. Por eso «debemos encontrar medios imaginativos y respetuosos para transmitir nuestro amor profundo», opina Meg Meeker.
El afecto se expresa de muchas formas. El momento de acostarse es, por lo general, el favorito: un pequeño beso, un leve abrazo o un rápido “te quiero” tranquiliza al hijo.
Un simple ritual como sentarse sobre su cama algunos minutos antes de decirle buenas noches es importante, incluso para un adolescente de 15 años.
Meg Meeker cuenta el conmovedor testimonio de un hombre joven, Timmy, que recuerda que las carreras de la noche con su madre eran un momento privilegiado.
El juego era sencillo: en el momento de acostarse, a la señal convenida, madre e hijo hacían una carrera y ganaba el primero en llegar al dormitorio. Un juego que duró durante años.
Más tarde, Timmy confiesa: «Sentía que mi madre me quería. Eso nos pertenecía a nosotros. Nadie más jugaba. Mi madre era muy afectuosa e, incluso durante mis años de adolescencia, continuamos con este juego y me sentía querido. Ella sabía que me sentía incómodo cuando me apretujaba entre sus brazos, pero este juego me mostraba que me quería y me apreciaba siempre».
También conviene saber que, aunque por lo general las niñas valoran la comunicación oral, los niños construyen los vínculos a través de la acción. Jugar, pasear, montar en bici o ir a ver un partido permite crear un vínculo y expresar gestos de ternura.