La historia de cómo me cambió la actitud gracias a una mujer rechazada, torturada y esclavizada, que hoy es faro contra la trata de personas.
“Que puedas vivir en la libertad y en el gozo del Señor. Abre tu corazón y alza los ojos al cielo y el Señor estará siempre contigo, pequeña mía”. Santa Bakhita a Aurora, la niña que cuidó.
Hay almas que no necesitan decir una palabra. La presencia de Dios está en la serenidad de su mirada. En la mansedumbre de sus gestos. En la pureza de su alma. Una de estas almas fue santa Josefina Bakhita, la primera santa africana, canonizada por san Juan Pablo II el 1 de octubre del año 2000, en la Plaza de San Pedro, Roma, Italia.
Sus secuestradores le dieron el nombre de Bakhita, que significa “afortunada”. Su vida como esclava no fue así. Nacida en Darfur en 1869, Josephine Bakhita fue secuestrada por traficantes de esclavos árabes cuando tenía 9 años. Obligada a caminar 600 millas hasta el sur de Sudán, con cadenas en el cuello y en las manos, fue comprada y vendida antes de llegar a El Obeid hasta seis veces. Pero de todas las humillaciones que Josephine enfrentó como esclava, demasiadas para mencionarlas aquí, destaca una en particular.
140 cortes por todo su cuerpo
A través de una combinación de marcas y tatuajes, Bakhita sufrió la práctica tradicional sudanesa en la que se cortaba un patrón en su piel con una navaja. Para asegurar los cortes, se vertió sal en las heridas abiertas. La tortura que sufrió esta niña es algo inimaginable. En su biografía ella misma cuenta que cuando terminaron de cortarla, tenía 140 cicatrices distribuidas en su pecho, espalda y brazos.
También enfrentó innumerables palizas y latigazos de diferentes patrones, así como una conversión forzada al Islam. Aterrorizada, en la película que lleva su nombre, hay una escena en la que uno de estos patronos le arranca salvajemente sus pezones. Así como al hombre que la rescató, Federico Marín, quien cerró su corazón después de la muerte de su esposa al nacer su hija Aurora, a mí también Bakhita me abrió el corazón.
¿Rechazada o aceptada?
Dejada por su dueño bajo la custodia de las Hijas de la Caridad en Venecia en 1888, Bakhita finalmente encontró un oasis de paz. En Venecia no hay gente negra. Es una de las ciudades del mundo que más me gusta visitar. Sin embargo, no es hasta hoy que escribo sobre esta santa, que descubro que al llegar a Venecia fue bautizada. No sin antes luchar por el derecho a convertirse en cristiana, debido a su origen y color de piel. Hizo sus votos perpetuos en 1896 y pasó el resto de su vida en Vicenza como portera y cocinera.
Me impresiona cómo pudo llegar a ser monja. Antes tenía que lograr que su patrón la dejara en libertad. Fue juzgada por el tribunal italiano para decidir. Sin embargo, había solicitado ser religiosa y la Iglesia también tenía que dar una respuesta. Para ello, a cada una de las religiosas se les preguntaba que respondieran con una sola palabra: aceptada o rechazada.
Conmueve cómo la palabra “rechazada” acumulaba puntos…. Entonces Roco, un niño italiano que se había quedado sin padres y a causa de ello no hablaba, salió en su defensa, irrumpiendo dentro del salón donde era juzgada y gritando la palabra “aceptada”. Hablaba así por primera vez. Detrás de él, venía una legión de niños que gritaban «aceptada, aceptada, aceptada». Fue gracias a los niños y a la pregunta que hizo a Aurora, la niña a la que cuidaba y tanto amó, que quedo en libertad. El juez pronunció la sentencia: “Bakhita, te libero de tu vínculo con Federico María, eres libre de seguir tu vocación”.
De piel oscura e indígena
Hasta hoy nadie sabe con certeza la fecha de su nacimiento. Se dice que fue en torno al año 1869 en Darfur (Sudán). Pertenecía a la tribu Nubia, un grupo etnolingüístico de africanos indígenas que se origina a partir de los primeros habitantes de la zona central del Valle del Nilo.
Confieso que de esta santa solo conocía su nombre. Poco llamaba mi atención. Tan humilde, tan pequeña, tan prudente ella. Tan admirable, tan amable, tan reina.
Un espejo
Hoy, después de haber investigado, leído y visto la película sobre su vida, que lleva por título “Bakhita”, concluyo que es un espejo para vivir heroicamente. Un espejo para buscarse en ella misma como mujer u hombre cristiano y tener la valentía de decirse a uno mismo: Dios me pide más. Bakhita es maestra del alma, maestra del silencio, maestra para el sufrimiento, maestra de la prudencia y maestra del perdón de los enemigos. Maestra de la fe. Es el epítome de las bienaventuranzas.
Esclavitud 1880, trata de personas 2022
Bakhita era analfabeta. Hoy dos tercios de analfabetos en el mundo son mujeres. Según las cifras de la ONU, las niñas y las mujeres representan el 72% de las víctimas. Nada es más traumático para un niño, para una niña que ser secuestrado. En ese secuestro, se le arranca al niño o a la niña la dignidad. Se le mutila la autoestima al ser abusado, tocado o tocada, penetrado o penetrada sexualmente. Nada produce más trauma que esto y la recuperación, si se logra, puede durar décadas. Sé muy bien de lo que hablo.
Si ella pudo superar el trauma, yo también
Ese intenso sufrimiento, maltrato y vejación a la que fue sometida, fue pasando factura en la salud de Bakhita. Cerca del final de su vida, pedía a las religiosas si podían quitar las cadenas de sus muñecas. Lloro por ella, lloro por las niñas y los niños abusados. Lloro por mí. Sin embargo, su ejemplo, la superación del trauma, de la vejación, del tratamiento a nivel de cosa, llena de esperanza mi corazón y me digo: si ella pudo, yo también. Si ella pudo, tú también.
Aunque llevaba las cicatrices físicas y psicológicas de sus años como esclava sudanesa, nunca perdió la fe. “Oh, Señor”, dijo una vez, “si pudiera volar hacia mi pueblo y hablarles de tu bondad a todo pulmón, ¡oh, cuántas almas ganaría!”. Si no fuera por esos secuestradores, ahora no sería cristiana. Quizá ellos no sabían lo que hacían. Cuánta inocencia, cuánta pureza, cuánto despojo de sí misma. Cuánto sólo mirar y vivir para Dios.
Leer su vida, conocerla a ella, observar su personalidad es como ponerse frente a un espejo clarísimo, pero en el que no necesariamente todavía puedes verte reflejada. Escribir sobre ella ha sido muy bueno para mi alma pues me ha parado y me ha llevado a plantearme preguntas como estas: ¿Cuánto sé amar a la manera de Jesús, el Cristo? ¿Cuánto soy capaz de perdonar? ¿Qué tan cómoda, cómodo me siento obedeciendo? ¿Cuánto oro, pienso en las niñas, en las mujeres, en los niños, en los jóvenes que en este mismo instante están siendo secuestrados, violados y tratados como basura, como objeto de placer? Esta es la primera vez en que realmente pienso en la trata de blancas, de blancos. Están asustadas, están sufriendo, están llorando, son esclavos.
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